lunes, 18 de abril de 2011

"TOTALMENTE PALACIO"

(Por Jacobo Zabludowsky)
Envuelto en el tufo de la más cínica corrupción desde la compra del terreno hasta el trapeado final, lo concluyeron a su manera, o sea sin acabar, hazaña normal en tiempos de proyectos cojos, inauguraciones cacarizas y fiestas para llorar. El palacio de los Senadores es el nuevo símbolo de nuestra nación.

Cada ciudad tiene en sus casas, calles, jardines y monumentos, un reflejo exacto de la gente que la habita.

Atenas se mira en el espejo de su arquitectura. En el Partenón y en el templo de las Cariátides, los atenienses de hace 2 mil años dejaron la imagen de su cultura por las formas y proporciones de sus edificios, ofrendas a la estética, ejemplos que han perdurado hasta nuestros días. La ética de sus filósofos se pasea en la armonía de sus construcciones. Como ocurre en Roma con el espíritu de sus legisladores.

El equilibrio de las leyes tiene influencia en la obra de sus arquitectos, creadores del diálogo entre la naturaleza y lo que el hombre le aporta, origen del urbanismo como mezcla de utilidad y belleza. Atenas y Roma, para citar solo dos ejemplos.

México luce desde la semana pasada el edificio más costoso de su historia en el lugar más inapropiado para su menester. Una Cámara de Senadores en el cruce de las dos avenidas más importantes de la urbe más poblada del mundo: Insurgentes y Reforma. En el sitio donde el metro cuadrado de tierra alcanza el precio mayor y cualquier manifestación afecta el tránsito de toda la ciudad, los senadores se mandaron hacer, a su imagen y semejanza, un conjunto de volúmenes amontonados con la fuerza plástica de una charola de pan de chinos. Indiferentes a la realidad, insensibles a la voz de 50 millones de miserables a quienes dicen representar, se disponen al trabajo. Si la arquitectura es la música de las piedras, el ruido ensordecedor de lo construido impedirá a los legisladores cumplir su noble tarea de hacer las leyes.

La obra se presupuestó en 1,699 millones de pesos en 2007 y se entregaría el 1 de septiembre de 2010. Costó 2,570, alrededor de 900 millones más, un sobre gasto superior al 50% de lo calculado, sin que nadie explique por qué, por qué el dispendio y por qué no se rinden cuentas claras de todo el margayate. Ese dinero hace falta urgente para ampliar las morgues donde se almacenan los narco asesinados en todo el país.

En un delirio de absurdos, mientras los senadores se acomodaban en los tronos que empiezan a ahormar con sus buenas intenciones, el presidente Felipe Calderón tomó la decisión extraña por acertada de no hablar en el debut o fin de fiesta, porque celebraba en Los Pinos una reunión con su gabinete de seguridad: los secretarios de la Defensa y Marina y la nueva procuradora General de la República, aparte de otros funcionarios involucrados en la guerra, con objeto de responder al plazo dado por Javier Sicilia, que se vencía esa tarde, para la captura de los asesinos de su hijo, y corregir la estrategia bélica, ante la exhumación de 150 cadáveres hallados en San Fernando, Tamaulipas, donde hay tantos muertos que Juan Rulfo estaría más feliz ahí que la dama rodeada de sus camelias.

Lástima, lástima por todos lados. Por el desperdicio de la oportunidad de darle a México, si el edificio hubiera sido necesario, uno del que pudiéramos estar orgullosos. Pienso en Bilbao al que un arquitecto genial sacó del siglo 19 para ponerlo en el 21, en las dos cámaras de Brasilia, en el Pompidou que recobró gran parte de París, en la Biblioteca Británica digna de su piedra Roseta. Con lo inaugurado el miércoles los mexicanos nos levantamos del suelo pelón y brincamos a la alfombra persa sin pisar el petate vil, alarde de rastacueros y sospechosos nuevos ricos.

Así llegamos a la Semana Santa. Nos vamos de vacaciones. Días de tranquilidad, recogimiento o diversión. No descansarán los criminales a quienes don Felipe nos encarga decirles basta como si se tratara de hablar y no de hacer, función inherente a su cargo. Al final tendremos otra tamalada de difuntos, perdónese la falta de respeto derivada de la frecuencia con que nos los muestran cada mañana envueltos en plástico como en hojas de elote, cada vez más tibios y abundantes.

Los acontecimientos de la semana pasada en México se explican sin mayores rodeos en la calavera catrina de Posadas. Un país se enfrenta al asesinato y la pobreza. Parecería otro el pueblo que construye palacios y los inaugura con regocijo. Un esqueleto danzarín finge que la muerte es un incidente festivo. Y su carcajada ahoga el lamento de quienes sufren la parte trágica de los contrastes.
No el de todos. Hay lamentos, gritos y alaridos cada vez más altos.

Y no son pocos.

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